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domingo, 3 de mayo de 2015

La competitividad en el marco internacional.

a internacionalización aparece vinculada casi siempre a la problemática de la competitividad frente al exterior. Es necesario proyectar la empresa al exterior con el objetivo de generar ventajas competitivas que le permitan afrontar el futuro con garantías de éxito.

Una empresa no puede ser competitiva a nivel local, sin serlo internacionalmente. Por tanto, las empresas que pretendan ser competitivas deberán iniciar su proceso de internacionalización. De otra parte, sólo aquellas empresas que sean competitivas a nivel nacional, podrán impulsar con éxito un proceso de internacionalización. El beneficio e incluso el crecimiento, no pueden considerarse sino atributos necesarios de la empresa competitiva, pero ya no son suficientes. Sólo la presencia activa y creciente en escenarios internacionales, a través de inversión propia y de alianzas de diverso tipo, constituye la prueba válida de la competitividad sostenida. La competitividad fomenta el crecimiento y el éxito. (Forsner, H., Ballance, R., 1990))

Competitividad e internacionalización de la empresa están pues íntimamente relacionadas. La internacionalización difícilmente se produce sin la primera, no se puede iniciar el proceso de internacionalización si la empresa no es competitiva a nivel nacional, y, a su vez, la internacionalización hace más competitiva a la empresa al poder producir en series mayores y, consecuentemente, permitirle beneficiarse de las economías de escala. Son, pues, factores que se alimentan el uno al otro, pero en el origen está, sin duda, la competitividad de la empresa. (Kotler, P., Armstrong, G., 1996).

Además, la entrada en la escena internacional requiere analizar la competitividad internacional como indicador de la posición competitiva que ocupa un país y sus empresas.

Este concepto ha sido utilizado y definido desde diversas ópticas, si bien de forma genérica cabe entenderlo como la capacidad de soportar la competencia internacional obteniendo cierto nivel de rentabilidad, o bien como la capacidad de las empresas de un país para crear, producir y distribuir bienes y servicios en los mercados internacionales.

Se pueden distinguir tres fuentes fundamentales del desarrollo de la competitividad internacional: el país, el sector y la empresa. (Forsner, H., Ballance, R., 1990)

Muchos estudios se han desarrollado poniendo el énfasis en la competitividad de los países, es decir, en determinar de qué forma resultan los entornos nacionales beneficiosos o perjudiciales para la competitividad de las empresas que operan en ellos.

Dentro de este enfoque estarían las acepciones de competitividad exterior que se entroncan con la visión ortodoxa del principio de la ventaja comparativa y, por tanto, entienden que la competitividad internacional se expresa exclusivamente en términos de costos y precios relativos. Según esta acepción, la evolución de la competitividad de un país concreto respecto a otro país o conjunto de países, a lo largo de un período se evaluaría sobre la base de la comparación de la evolución de sus respectivos costes o precios expresados en una moneda común. (Ventura, J., 1994).
Si sólo se consideran estos factores en el análisis de la competitividad no es posible explicar por qué empresas de un mismo sector industrial presentan entre sí pautas competitivas diferentes.

Existen estudios realizados en el ámbito de la economía industrial que señalan que los beneficios medios de los sectores difieren entre sí, lo que significa que los resultados de las empresas están condicionados por el sector o industria a la que pertenecen. La industria es el foco primario de las fuerzas competitivas; su estructura es la que condiciona primordialmente la conducta y actuación de la empresa, y es la unidad lógica conveniente para estudiar la conducta y la actuación de la empresa. (Alonso, J. A., 1994)

La conjunción de estos dos tipos de variables – las de naturaleza macroeconómica relacionada con un área y las asociadas a la estructura de los sectores – tampoco ofrece una visión completa del fenómeno de la competitividad porque no analizan a fondo el papel de la empresa en la competitividad. Dentro de cada sector las empresas a través de sus capacidades de gestión y organización interna, determinan su propia competitividad. A la luz de la moderna teoría de la estrategia, éste es el determinante crítico de la competitividad de cada empresa.

En este sentido, la teoría de recursos y capacidades coloca a la empresa en el centro del juego competitivo, al sostener el papel vital de los factores específicos de la empresa en la generación de ventajas competitivas, especialmente activos intangibles ajenos en gran medida a las transacciones en el mercado. Para que los recursos y capacidades se transformen en ventajas competitivas, éstos no deben ser generalizables al resto de las empresas. (O. Llamazares, 1999)
En primer lugar, es necesario considerar que los recursos no son homogéneos, por lo que las empresas pueden diferenciarse en función de los recursos que controlen; obteniendo una ventaja competitiva aquéllas que sean capaces de acceder a los recursos superiores, especialmente si éstos son limitados, lo que provocaría que las restantes empresas tuviesen que utilizar recursos de valor inferior en su producción.

Pero para garantizar la ventaja en el largo plazo es preciso que las demás empresas no encuentren la manera de incrementar la oferta del input o de suplirlo con otro; es decir, deben existir mecanismos que aíslen a la empresa de posibles imitaciones.

Esto se puede conseguir de varias maneras, la primera es que los recursos necesarios no se puedan encontrar en un mercado de factores al que podría acudir cualquier competidor, sino que sean generados en la propia empresa. No obstante, esto no garantiza el mantenimiento de la ventaja competitiva, pues debe considerarse la posibilidad de la imitación por parte de las demás empresas. Será necesario, por tanto, dificultar esa imitación y la mejor forma de hacerlo es que no se conozcan con exactitud las causas del éxito de un empresa, pues si no se identifican los recursos y capacidades empleadas difícilmente podrán ser imitados o sustituidos.

En definitiva, los mejores recursos son aquellos escasos, evaluables, poco sustituibles y difícilmente imitables, por cuanto proporcionan a la empresa la posibilidad de obtener una renta de la que podrá apropiarse si, además, esos recursos no son vendibles o su venta supone elevados costos de transacción. (Ventura, J., 1994).

Una vez que se ha analizado la importancia de los recursos para la ventaja competitiva de la empresa cabe cuestionarse la relación que guardan éstos con los procesos de internacionalización. La estrategia internacional no es sino un vector específico -de mayor o menor importancia, según los casos- de la estrategia competitiva general de la empresa. La internacionalización se puede entender como una forma de diversificación geográfica de la empresa y precisamente el perfil de recursos de la empresa determina no sólo la existencia de crecimiento sino también la dirección del mismo. (J. Canals, 1991)